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Las mejores inversiones de los últimos 50 años

Si usted hubiese invertido 4 millones de pesos hace 30 años en un local en Unicentro Bogotá, hoy tendría unos 4.000 millones de pesos en su patrimonio.


Eso sin contar la renta que le habría producido en los últimos 25 años que, por ese local de 80 metros, hoy puede ser de unos 32 millones de pesos mensuales.



Esos 4 millones representan unos 100 millones de hoy y son el ejemplo más representativo que la finca raíz se perfila como el mejor negocio a mediano y largo plazo y que es un disparador del patrimonio cuando se aplica una buena dosis de instinto y algo de paciencia.

Otro ejemplo está en Santa Ana, que dejó de ser hacienda en 1955 cuando Tomás Rueda decidió fraccionarla y venderla en ‘pequeños’ lotes con servicios. Esos lotes, vendidos por el abuelo de ex candidato presidencial Rafael Pardo, hoy cuentan con 600 ó 700 metros y contienen las mansiones más costosas dentro del perímetro urbano de Bogotá.



Allí, un lote que hace 60 años se vendió en 234 pesos por metro cuadrado (25.000 a precios de hoy) puede costar alrededor de 2 millones de pesos por metro pero la construcción puede representar 2.000 millones de pesos adicionales.



Claro, en los 60, las familias que decidieron invertir lo hicieron porque buscaban un escape a la congestión vehicular y a la contaminación que desde ese entonces hacía de las suyas con la Bogotá de entonces; es decir, un fenómeno parecido a lo que es hoy San Simón o Yerbabuena en las afueras de La Capital o Llano Grande, en Medellín.


Pero Roma no se hizo en un día



Si estos ejemplos parecen increíbles, también hay que recordar que la paciencia y la constancia fueron fundamentales para lograr estos ‘hit’ inmobiliarios.



Por ejemplo, el constructor Pedro Gómez tuvo serios inconvenientes para vender Unicentro en sus inicios pues –en primer lugar- el centro comercial más grande del país estaba bastante lejos del último centro urbano de La Capital en un momento donde pocos contaban con carro particular.



Adicionalmente, la venta del local estaba condicionada a un estricto orden que se les daba a los sectores. Entonces, si al interesado le gustaba la ubicación pero su negocio no era el destinado a la zona pues no lo podía adquirir; claro, esto se replanteó posteriormente y se le dio un equilibrio a la necesidad de tener orden comercial frente a las necesidades de los compradores y arrendatarios.

Este detalle, que hoy parece obvio, fue todo un cambio cultural y sirvió para que la ciudad entendiera la diferencia que hay entre un bazar (donde todo está mezclado) y el éxito en ventas de un centro comercial metropolitano pues en ese momento, lo que se vendía como ‘pan caliente’ eran los pasajes con varios locales pequeños.

Luego de vender los locales, los propietarios debieron tener varios años de paciencia mientras la infraestructura vial creció y con ella se disparó la venta de apartamentos en sectores residenciales como Santa Bárbara, La Carolina, Multicentro y sus alrededores.

Algo similar les sucedió a quienes comercializaban las manzanas para que los constructores las desarrollaran en Ciudad Salitre pues, al ver que en esa gran extensión de terreno dividida por vías sólo funcionaba el Terminal de Transporte, nadie se animaba a adquirirlas hasta que el Fondo Nacional de Ahorro apoyó la iniciativa gubernamental con los créditos para los empleados públicos y se les dieron amplias facilidades de pago a los desarrolladores de proyectos.

Hoy es casi anecdótico pensar que la comunidad protestó al ver que se hacían vías dentro de terrenos que nadie habitaba mientras el resto de la malla vial de Bogotá estaba en muy malas condiciones.

Fuente: 
Revista Propiedades&Remodelacion






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